Paseo nocturno

Negándose a admitir lo que late, el poeta sale a las oscuras calles iluminado por las luces naranjas de las farolas. Su abrigo no quita el frío que hoy tiene dentro. Su frío es diferente, es frío de alma. Las calles están frías y húmedas, podría ser pleno agosto, que él no lo notaría.

Ensimismado en sus pensamientos callejea hasta por calles en las que tiene que ladearse para pasar de su estrechez. Los ladrillos de las casas le arañan la cara. Callejones tan angostos y poco iluminados que no se sabe si tienen salida.

Muerde sus palabras entre los dientes, negándose a plantearse si quiera lo que siente. Hace cerrar los párpados lentos, con fuerza, intentando que las luces no lleguen a sus retinas.

La mente en blanco del poeta le hizo caer de espaldas en la pared más cercana, derrumbado. Había dejado de pensar tanto que ni siquiera podía sostenerse sobre sus piernas y seguir caminando.

Se queda sentado en el suelo de aquél frío, húmedo y oscuro callejón por donde ya nadie pasa. Y ahí seguirá, hasta que alguien vaya a buscarlo.



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