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Mostrando entradas de diciembre, 2010

Siempre cierro los ojos y solo deseo que estés aquí, que te quedes...

Y ahora quiero perderme en tus sueños.  Hundirme en tu piel, inundarme de tus miradas. Quiero castigar mi piel con tus dientes, que tus uñas repasen mis curvas, que tus labios se aprieten de abstinencia mientras mantengo tus manos sujetándote. Quiero que cierres los ojos de puro placer.  Que tus hombros se estremezcan del simple roce.  Que tu cuello se curve buscando aire. Quiero que me mires como si fuese tu presa, que me caces.  Quiero sentirme deseada.  Quiero que me comas, que me devores.  Quiero que me susurres en la oreja lo que te gusto.  Quiero sentirte piel con piel.  Que tu piel me queme, quiero que me beses con furia, que juegues con mi lengua, que juegues con tu lengua. Quiero ser tuya, quiero mandar en ti.  Quiero.  YA.

Rimas cortas

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Huye de mi mente te lo pido, antes de que hagas daño a mi corazón zurcido de tela cosida y paño. Tus besos tengo grabados, mis labios se quedan fríos, de tu saliva bañados contra el viento bravío. Lloro mil lunas sin ti por pocas contigo, al parecer, las estrellas se acuerdan de mi, de cuando te dejabas querer.

Algo se ha roto

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Mi egoísmo late en mi cráneo una y otra vez. Cuando no estás para nadie yo te necesito de manera inconsciente, ilógica,   irracional. Para mí. Necesito tu yo. Mi tu yo favorito. El que eras conmigo, el que hizo que fuese cordero entre un montón de lobos. Estás ahí y lo sé. Pero no está lo que yo necesito. Te necesito más cerca. Te necesito más tú que nunca. Ahora todo esto te es imposible. Me jode tener miedo a darte caricias, a que no me salgan. Ni los abrazos, ni los besos. Contigo no. Algo se ha roto. O desgarrado, pero a punto de romperse.   Lo noto a cada segundo de ésa madrugada acurrucada en el rincón menos visible de mi casa abrazada a mi cojín,   con los ojos cerrados y los oídos abiertos pendiente de si los habitantes me veían. Por si me veías. Ya no tendría sentido que trepases por mi ventana. Ya no tendría sentido que me abrazases mientras cocino. Ya no tendría sentido que me abrazases mientras patinas. Ya no tendría sentido que me cogieses de la mano. Ya no tendrían se

El deseo de pintar

  ¡Desdichado tal vez el hombre, pero dichoso el artista desgarrado por el deseo! Ardiendo estoy por pintar a la que tan raras veces se me apareció para huir tan de prisa, como una cosa bella que se ha de echar de menos tras el viajero arrebatado en la noche. ¡Cuánto tiempo hace ya que desapareció!     Es hermosa y más que hermosa: es sorprendente. Lo negro en ella abunda; y es nocturno y profundo cuanto inspira. Sus ojos son de astros en que centellea vagamente el misterio, y su mirada ilumina como el relámpago: es una explosión en las tinieblas.     La compararía a un sol negro si se pudiera concebir un astro negro capaz de verter luz y felicidad. Pero hace pensar más a gusto en la luna, que indudablemente la señaló con su temible influjo; no en la luna blanca de los idilios, semejante a una novia fría, sino en la luna siniestra y embriagadora, colgada del fondo de una noche de tempestad y atropellada por las nubes que corren; no en la luna apacible y discreta, visitadora del su